Juan Cristóbal Peña, Letras torcidas
Yo tendría unos
diez años. Estaba sentada sobre la cama en el dormitorio de mis padres, la
lamparilla sobre el velador estaba encendida y emitía una débil luz amarilla, supongo
que debía ser de noche. De pronto, desde el otro lado de la pared, comencé a
escuchar una melodía que me hacía sentir profundamente desamparada. La melodía era
preciosa, pero triste; me recordaba, a su vez, la dramatización de algún cuento
infantil que la llevaba de fondo, y que yo había visto en la televisión. ¿La Caperucita
Roja?, ¿Hansel y Gretel?, ¿otro? Tal vez en la dramatización había un bosque
oscuro, y una niña, o unos niños, que caminaban solos y confiados, sin
sospechar los peligros a los que se hallaban expuestos. La melodía era muy
simple, y en mi recuerdo era ejecutada por una guitarra o algún instrumento de
cuerda antiguo. Barroco, tal vez. Quizás el cuento estaba ambientado en el Renacimiento.
Creo que esa fue
la primera vez que tuve conciencia de un estado que hoy en día puedo nombrar
como miedo profundo. Una sensación muy densa. Un hoyo negro en el pecho. Seguramente
mis padres todavía no llegaban de sus trabajos, y mi hermano menor y yo
estábamos al cuidado de mi abuela. Pero no la busqué para que me protegiera. Y,
si hubiera estado alguno de mis padres, probablemente tampoco habría acudido a ellos.
Me sentía sola en el mundo.
Muchísimos años
después, escuchando un programa en la radio, supe que la melodía se llamaba Greensleeves
y era una tradicional canción del folclore inglés.
Se me vino a la
mente esa canción mientras leía este libro, probablemente porque ella me
conecta, por alguna razón desconocida, con lo terrorífico. Puede haber ayudado
que buena parte de los crímenes que aparecen referidos aquí fueron planificados
y ejecutados en esa época en la que yo era una niña y no sabía casi nada de las
cosas del mundo. O quizá porque aquí aparecen otros niños —los hijos de Mariana
Callejas— que conviven despreocupadamente, inocentemente, familiarmente, junto
a seres siniestros. Niños que almuerzan en la misma mesa con un hombre que
experimenta con un gas venenoso, con el fin de asesinar “enemigos”.
Experimentos que además se realizan en un laboratorio construido a un costado
de la misma casa en donde viven. Niños cuya madre cree que envenenar el agua
potable de una ciudad es una buena idea, o cuyo padre pone al servicio de la
violencia su talento para armar y desarmar aparatos eléctricos, fabricando
bombas que pueden volar automóviles con personas en su interior.
Este libro, un
perfil de la agente civil de la DINA, Mariana Callejas, está muy bien escrito,
y vino a poner en orden mis desordenados conocimientos sobre estos crímenes que
ocurriendo durante la dictadura de Pinochet. Nombres de personas que pululaban
sueltos en mi mente, sin relato que los unificara y que los instalara en el
tiempo y en el espacio, ahora, gracias a este libro, tomaron forma y fondo: Mariana
Callejas, Michael Townley, Eugenio Berrios, Pedro Espinoza, Manuel Contreras,
Carlos Prats, Sofía Cuthbert, Orlando Letelier, Ronnie Moffitt, María Servini
de Cubría, Carmelo Soria.
Greesleeves:
https://www.youtube.com/watch?v=NUbTDfUbdJQ
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Letras
torcidas
Un perfil de Mariana Callejas
Juan
Cristóbal Peña
Ediciones Universidad
Diego Portales
271 páginas.