Texto inicio temporada 2025
Hoy quisiera celebrar por adelantado que en septiembre se cumplirán 18
años desde que llegué a este lugar. Un lugar que —hay que decirlo—, pese a la
paradoja, no es solo un espacio físico, sino algo que va más allá de la
materialidad palpable; un lugar que, dondequiera que se asienta, se afirma y se
despliega.
Cuando hace dieciocho años vine hasta acá, no era mi objetivo leer
libros, yo vine porque quería aprender a escribir. No tenía en mente
convertirme en novelista, cuentista o ensayista. Yo solo quería traducir en
palabras lo que sentía y pensaba.
Hoy siento que lo he logrado. He cumplido un sueño. E incluso, más que
un sueño.
En la mañana –después de una noche tranquila y de un sueño triste—fui a
mi escritorio y tomé un libro. Se abrió solo, donde había un marcapáginas. Era
un hermoso texto de Sandra Lorenzano, donde expone alguna de las razones,
y sin razones, del acto de escribir. Me gustaría que lo conocieran, o que
volvieran a escucharlo quienes ya lo conocen.
“Escribir (instrucciones imposibles):
Escribir para ‘intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos’, como
escribió Marguerite Duras. O escribir para no morir, quizás. O para no ser más
que palabras. Escribir porque no podemos hacer otra cosa; porque no queremos
hacer nada más. Escribir para conjurar a los fantasmas. Escribir para no tener
que ir a una oficina. Escribir rodeados de libros aunque eso nos lleve al
silencio. Escribir aunque “prefiriéramos no hacerlo”. Escribir con todo el
cuerpo. Escribir para que alguien pueda “adoptar la postura más cómoda:
sentado, tumbado, aovillado, acostado...”. Escribir para inventar ángeles. O
para enterrarlos. Escribir con vergüenza. Escribir en viejos escritorios
apolillados. Escribir de pie. Escribir a la hora violenta. Escribir por los que
no están. Escribir al ritmo de la respiración; relajados o ahogados en whisky.
Escribir escondidos en el ático. O escribir a voz en cuello. Escribir para
mirar morir una mosca. Escribir con Bach y sus sonatas para cello. Escribir
mirando el rostro amado. Escribir apenas rozando el teclado. O con entrañable
tinta sepia. Escribir para no perdernos en lo cotidiano. Escribir con miedo.
Escribir para inventar las vidas que no vemos al otro lado de la puerta.
Escribir para explorar la noche. Escribir como náufragos. Escribir porque dios
no nos escucha. Escribir porque el desierto es infinito. Escribir a la luz de
una vela. Escribir en el metro. Escribir porque todos moriremos. Escribir en
pequeñas libretas. Escribir para estar solos. O no. Escribir cuando todo lo
demás es silencio. Escribir con los otros. Escribir desde el pozo negro de la
angustia. Escribir para no tener que salir de este cuarto. Escribir para ser
feliz a deshora. O quizás escribir a lápiz. Escribir para escuchar otras voces.
Escribir de madrugada. Escribir con lentes nuevos. Escribir, madre, en la
lengua de tus asesinos. Escribir hacia adentro. Escribir para salvar los
restos. Escribir y des-escribir ante el mar de Ítaca. Escribir para no olvidar
las palabras. Escribir desde el tartamudeo. Escribir frente a la corriente
zaina. Escribir alrededor del fuego. Escribir lejos de la computadora. Escribir
para conocer el sabor de tu piel. Escribir en el vacío. Escribir frágilmente.
Escribir desesperadamente. Escribir de un tirón. Escribir a regañadientes.
Escribir olvidados por los dioses. Escribir desde la hospitalidad. Escribir
para encontrar el sonido primigenio. Escribir para abrazar otras huellas.
Escribir en idiomas perdidos. Escribir para volver a casa.”.
Cuando terminé de leer este texto, que hace muchos años atrás, inspiró
mis primeros párrafos, me di cuenta de que hoy no tenía ganas de escribir; y
que ese no tener ganas no era necesariamente malo, que también formaba parte
del combustible necesario para la escritura.
Hoy solo quiero sentarme y escuchar, como lo hacía en esos primeros
tiempos en que conocí este texto de Lorenzano. Escuchar. Escucharlos. A veces
no quiero escribir. Lorenzano podría haber agregado una línea más a su
manifiesto: Escribir para sentir cansancio de escribir. O mejor: escribir hasta
cansarse de escribir. No para dejar de escribir. Cansarse, como se cansan
algunos árboles después del verano y renacen en primavera, con brotes nuevos,
con nueva savia.