Jorge Teillier, Cuando todos se vayan
Cuando en alguna parte del mundo algún
botánico descubre una nueva especie, una buena opción es publicar su hallazgo
en Phyto Keys, una revista especializada en taxonomía,
filogenia, biogeografía y evolución de plantas. En el número 237 de enero de
este año, apareció publicada una nueva especie que crece únicamente en Chile, Haplopappus teillieri. Los ejemplares que sirvieron para este
descubrimiento crecen en cuatro poblaciones en las zonas altas de la cordillera
a la altura de Putaendo, en los valles de los ríos Choapa, Petorca, Rocín y
Aconcagua.
El género Haplopappus y el género
de los girasoles se agrupan en la misma familia. O sea, que la planta
descubierta se parece un poco a los girasoles, y a las margaritas, y a las
flores de los cardos, que yo a veces les he enviado por WhatsApp.
El epíteto teillieri (en Haplopappus teillieri) se le puso en honor a un botánico chileno.
Los descubridores de la nueva especie escribieron: "Le hemos dedicado esta
especie a nuestro querido colega y amigo, Sebastián Teillier, por su gran aporte
al conocimiento y divulgación de la flora de Chile.”
Un primer contacto que tuve con la figura de
Jorge Teillier fue de boca de Sebastián, quien durante un semestre en la
universidad fue mi profesor en el curso de Dendrología (en latín, estudio de
los árboles). Tuve una suerte enorme porque solo hizo clases durante unos pocos
semestres en esa universidad (dos o tres, tal vez cuatro). Hoy pienso en que
eso fue una coincidencia mayúscula, un primer indicio de cómo en mi vida se
iban a cruzar infinidad de veces los árboles y la literatura o en este caso los
árboles y la poesía. Bueno, Sebastián es hijo de Jorge Teillier.
En ese tiempo yo no tenía idea quién era Jorge Teillier, ningún poema suyo aparecía en los libros de lectura del colegio, único lugar donde en aquel entonces conocía de poemas y poetas.
Fue una tarde de verano, enero de 1992 o 1993, en una sala del internado donde nos alojábamos en Contulmo. Estábamos allí con mis compañeros de universidad un mes completo para aprender a diferenciar especies y estudiar ecología. Nos levantábamos muy temprano y luego nos internábamos en los bosques. Pasábamos buena parte del día caminando entre los árboles, mirando sus copas, tratando de descubrir sus dinámicas.
Teníamos a varios profesores, cada uno con
su especialidad. Uno de ellos era Sebastián.
Cuando volvíamos del terreno teníamos que preparar los informes. Habían acondicionado algunas salas del internado para nuestro trabajo de oficina. Con numerosas ramas de árboles y arbustos desplegadas sobre los mesones, Sebastián nos enseñaba a mirar los pequeños detalles que hacen diferente una especie de otra.
La convivencia diaria, vernos desde que nos
levantábamos hasta que nos íbamos a dormir, nos predisponía para conocernos en
otros sentidos más allá del profesional. Profesores y alumnos parecíamos viejos
camaradas.
En una ocasión Sebastián hizo un pequeño
comentario sobre su padre. La actividad ya había llegado a su fin, sobre las
mesas quedaban muchos restos de plantas, solo un par de compañeros se habían
quedado a limpiar y ordenar el lugar. Mi recuerdo dice que Sebastián estaba en
una mesa junto a una ventana por donde todavía entraba luz. Me acerqué. Yo
quería aprender a reconocer todas las plantas con las que me topara, tenía sed
de nombres así que con alguna excusa lo animé a que me contara más, pero nos
quedamos conversando de la vida. Era entretenido él. Tenía --todavía tiene--
una manera amorosa de hablar, pausada. En algún momento comenzó a contar
anécdotas personales, entendí que su padre estaba enfermo, que posiblemente
fuera un problema con el alcohol, y que escribía poesía. Me llamó la atención
eso, que escribiera poesía. No pregunté su nombre, no pregunté nada más, fiel a
mi estúpida timidez. Inferí que su padre se apellidaba Teillier.
En ese tiempo no existía la internet como la
conocemos hoy. Tampoco pensé que su padre fuera tan importante como para ir a
alguna biblioteca y buscar sus libros. Pensé que escribía poemas como yo de adolescente
escribía un diario de vida. Sin que yo lo sospechara, la historia quedó
detenida allí, hasta que muchos años después un chispazo la volvió a la vida.
El 10 de septiembre de 2007 en la segunda sesión del taller, Pancho mencionó a un
poeta de nombre Jorge Teillier. Entonces supe que era él, el padre de mi
profesor, a quién por fin podría leer. Ese 10 de septiembre en una
libreta hice una anotación escueta,
pero cargada de anhelo: “Jorge Teillier: Cuando todos se vayan”.
“La llave” es el poema que me gustaría leer
hoy, aparece en su primer libro, Para
ángeles y gorriones, publicado en
1956. Dice así:
Dale la llave al otoño.
Háblale
del río mudo en cuyo fondo
yace la
sombra de los puentes de madera
desaparecidos
hace muchos años.
No me has
contado ninguno de tus secretos.
Pero tu
mano es la llave que abre la puerta
del molino
en ruinas donde duerme mi vida
entre
polvo y más polvo,
y
espectros de inviernos,
y los
jinetes enlutados del viento
que huyen,
tras robar campanas
en las
pobres aldeas.
Pero mis
días serán nubes
para
viajar por la primavera de tu cielo.
Saldremos
en silencio,
sin
despertar al tiempo.
Te diré
que podremos ser felices.
Hay en estos momentos en la cordillera de
los Andes a la altura de la región de Valparaíso unos arbustos pequeños que
hasta hace poco crecían tranquilamente sin ser reconocidos por los seres
humanos. Un par de meses atrás unos científicos chilenos los descubrieron y les
pusieron nombre. Estudiándolos se dieron cuenta que compartían muchos
caracteres con otras especies del género Haplopappus. Eligieron como
epíteto específico teillieri en honor a Sebastián Teillier, pero para mí
también es en honor a su padre, Jorge Teillier, el poeta.
Cuando todos
se vayan
Antología
Jorge Teillier
Editorial UV de la Universidad de Valparaíso
321 páginas.