El fondo del puerto, de Joseph Mitchell
El fondo del puerto está formado por seis crónicas publicadas
por Joseph Mitchell en el New
Yorker entre 1944 y 1959. En orden
de aparición (que no es el mismo que tienen en el libro) los reportajes serían:
En 1944, Treinta y dos ratas de
Casablanca; en 1947, Patrón de arrastre; 1951, El fondo del puerto; 1952, En el viejo Hotel; 1956, La tumba del señor Hunter y
en 1959, Los ribereños. Son historias acerca de Nueva York, y más
específicamente, acerca de las actividades relacionadas con el puerto y sus gentes.
La forma de escribir de Joseph Mitchell es
tan amorosa, y con esto quiero decir que está tan llena de detalles, que en ocasiones
me sentía una observadora del observador.
1
Me gustó este libro por párrafos como este, que escribió cuando ya llevaba más de quince años recorriendo y empapándose del
puerto:
"El río Hudson es un río que siempre me
ha atraído, y a lo largo de mi vida he pasado mucho tiempo curioseando por sus
riberas urbanas. Nunca me canso de mirarlo, tiene algo que me resulta
hipnótico. Me gusta mirarlo en pleno verano, cuando sus aguas fluyen tibias,
sucias y adormiladas, y me gusta mirarlo en enero, cuando arrastra placas de
hielo. Me gusta mirarlo cuando anda revuelto porque sopla el nordeste o hay
marea viva, y durante el interlunio o el plenilunio, me gusta mirarlo cuando
está manso. Lo encuentro fascinante entre semanas, cuando rebosa de
embarcaciones marítimas, portuarias y fluviales, aunque es el propio río lo que
me atrae y no la navegación; pero creo que lo disfruto más que nunca los
domingos, con sus momentos de calma que pueden prolongarse una hora y media,
durante los cuales no se mueve absolutamente nada por las aguas que corren
entre el Battery y el puente George Washington, ni siquiera un ferry o un
remolcador, y el Hudson se torna tan silencioso, oscuro, secreto, remoto e irreal
como un río soñado."
Este párrafo tiene tal
cadencia que me hace pensar que Mitchell estaba enamorado de ese río.
Me gustó este libro por cómo usa el lenguaje
en la reconstrucción de lo que ve, huele, oye y piensa.
2
Me gustó este libro, también, porque sabía
muy poco de la actividad pesquera y hoy gracias a él, conozco un poco más. Por
ejemplo, no sabía como se llaman las embarcaciones que pescan con redes de
arrastre, y ahora sí lo sé (arrastrero). Tampoco sabía nombrar el mejor lugar
donde los pescadores experimentados arrojan sus redes ya que pueden encontrar allí
una gran cantidad de peces, (caladero). Menos sabía lo que era una escollera, una
estructura hecha de piedras, al fondo del mar para proteger contra el oleaje o
para servir de cimiento a un muelle, y ahora lo sé. ¡Y un pecio!, esta es la nueva
palabra que más me gustó, es cualquier fragmento de un barco que ha naufragado
y donde es muy probable que las redes queden enredadas, por lo tanto, hay que
evitarlos, a menos que uno sea un pescador de clase mundial.
Y pude volver sobre palabras que encuentro
lindas, como arpones y astillero.
3
Casi hice una lista con todos los peces que
nadaban en 1951 en las aguas del puerto de Nueva York (ojalá que todavía
sobrevivan y no haya alguno extinto o en peligro de extinción): esturiones,
sábalos, bacalaos, pescadillas, besugos, lubinas, caballas, palometas, y las lachas
tiranas (¡qué nombre tan curioso!, ¿no?).
Me gustó porque no sabía que en las aguas que
rodean a Nueva York crecían ostras, ni langostas; en mi ignorancia solo creía
que lo único que proliferaban eran los grandes rascacielos del distrito
financiero de Manhattan.
4
Me gustó este libro porque sus reportajes me
acercan a la historia, y ustedes saben que a mí me gusta, sobre todo la historia
mínima, esa que construimos los hombres y las mujeres de a pie. Siempre me ha
interesado saber cómo vivían las personas antes de que yo llegara a este mundo;
cuáles eran sus trabajos, qué comían, cómo se entretenían. Me gusta el
encadenamiento de vidas y muertes, y otras vidas y otras muertes, darme cuenta
del engranaje que somos.
Me gustó saber que hay un pueblo llamado
Sandy Ground formado por los hijos de los primeros afrodescendientes libres. También
que durante el verano de 1940, cuando no había transcurrido ni un año desde el
inicio de la guerra en Europa, se registró un aumento de las ratas que llegaban
a Nueva York por vía marítima, ya que venían en las embarcaciones extranjeras
que zarpaban en esos puertos.
Los cronistas y reporteros sirven a los
historiadores del futuro.
En fin, me gustó cada relato.
5
Me gustó saber que Joseph Mitchell era un
aficionado a las flores silvestres y que paseaba llevando con él una guía
ilustrada para reconocerlas. Me gustó que indicara el nombre científico de una hierba
que crecía en el Cementerio de la Iglesia Metodista Episcopal Africana de Sión,
Lepidium virginicum, por lo que pude buscarla y saber que era
una brásica, de la misma familia que los yuyos y los rábanos silvestre.
Finalmente, como me pasa muchas veces, siento
un poco de temor al evaluar la posibilidad de que a pesar de las muchas palabras
que tiene este comentario, quizás lo más importante no lo haya podido decir.
***
El fondo del
puerto
Titulo original: The bottom of the harbor
Traducción del inglés: Alex Gilbert
Editorial: Anagrama
246 páginas.