Literatura infantil, de Alejandro Zambra

 

Literatura infantil está compuesto por una serie de relatos que orbitan en torno a los lazos filiales. En el primero de ellos, un hombre sostiene entre sus brazos a un pequeño de unos pocos días de vida. El hombre se ha convertido en padre por primera vez, y un arrobamiento, una felicidad que no sabe explicar, lo inunda por completo. Un día y en muchas otras ocasiones dentro del primer año de vida de la criatura por la ventana de su departamento, tranquilamente, mirarán juntos el amanecer.

Dentro de estos primeros 365 días, el padre escribirá reflexiones y acontecimientos en un tono tan dulce como verdadero. Es un padre moderno, que alimenta, muda, baña y lee libros a su pequeñín. También es un padre escritor que le regala un poema en su primer cumpleaños.


365

Empezabas a existir

hace un año exactamente

que llegaste de repente

acababas de salir

no sabías sonreír

con hermosa seriedad

te perdiste de verdad

en los ojos de tu madre

fue a las cinco de la tarde

en esta misma ciudad.

 

No fue fácil tu llegada

un doctor medio patito

nunca fue mi favorito—

se mandó varias cagadas

y no mucho ayudaba

la enfermera cuica y fresca

pero tu abuela Teresa

con tesonera alegría

nos regaló compañía

para lograr la proeza.

 


Nunca vamos a olvidar

la belleza de tu rostro

mientras tomabas calostro

eras un barco en el mar

que reconoce el lugar

al que se acerca y regresa

ahora ponemos la mesa

en la casa de tu tía

y evocamos ese día

con pasteles y cervezas.

 

Todo empieza con tu llanto

que duró cuatro segundos

te caía bien el mundo

te arrullamos mientras tanto

balbuceabas como un canto

te gustaba este planeta

porque tu mirada inquieta

a las seis de la mañana

prefería las ventanas

y te encantan las maletas.


Las canciones de Marisa

y las fotos de Toumani

que es el primo de tu mami—

feligreses de esta misa

son testigos de tu risa

Óscar, Paula y Margarita

Héctor, Adolphe y Lupita

con el John y la Joanna

y mis padres y mi hermana

que faltaron a esta cita.

 

Yo sé que uno no recuerda

los primeros cumpleaños

son como un pasado extraño

una melodía externa

una noche sin linterna

de caballos y piñatas

de tamarindo y horchata

pero por ti mejoramos

y eso es lo que celebramos

sin cesar y sin corbata.

 


Tu existencia modifica

el lugar de lo sagrado

tu llegada ha regresado

la esperanza fabrica

la valentía triplica:

niño, guagua, cabro, cuate,

si te tinca, si te late,

yo te llevo en el canguro

por el resto del futuro

mi precioso chilpayate.

 

 

Así como este primer relato mezcla de diario de vida y carta al hijo, ya habrá tiempo para comentar las siguientes historias: Jennifer Zambra, Cogoteros de ojos azules, Lecciones tardías de pesca con mosca. Ahora quisiera contarles una historia que leí hace muchos años, quizá unos treinta, en uno de los primeros libros que compré con mi plata, nuevo, en una librería del centro de Santiago, Atrapando la luz. Historia de la luz y de la mente, lo escribió un físico norteamericano divulgador de la ciencia, Arthur Zajonc. La historia aparece en el primer capítulo, dice así:

"En 1910 los cirujanos Moreau y Le Prince operaron a un niño de ocho años, ciego de nacimiento, que padecía de cataratas. Después de la operación, ansiaban averiguar cómo veía. Agitando una mano frente a sus ojos, que ya no tenían ningún problema físico, se lo preguntaron. Él murmuró: "No sé". "¿No ves el movimiento?" No sé, repitió el niño. Los ojos no seguían el lento movimiento de la mano. Sólo veían un brillo variable. Cuando le permitieron tocar la mano, exclamó con voz triunfal: ¡Se mueve!" Podía sentir el movimiento e incluso, como dijo, "oír el movimiento", pero aún debía aprender a verlo. La luz y los ojos no bastaban para darle la visión. Al atravesar la negra y limpia pupila de sus ojos, esa primera luz no suscitaba el eco de una imagen interior. La visión del niño comenzó como una vista hueca, muda, oscura y sobrecogedora. La luz del día lo llamaba, pero la de la mente no respondía desde el interior de sus ansiosos ojos abiertos."

 Me doy cuenta de que escribo esta historia no para contarles que el resultado fue algo inesperado para los médicos, porque aunque la operación le haya devuelto la vista al niño, este nuevo escenario lleno de formas, luces, sombras y colores, le causaba tal cansancio al pequeño, que seguía prefiriendo relacionarse con el mundo con los ojos cerrados. Cuento esta historia aquí, porque fue en ese momento en que por primera vez intuí que el mundo, si no el universo entero, era una gran masa formada por millones de átomos vibrando, sin límites definidos en lo esencial, pero sí en lo particular; y que en algún momento aprendíamos a responder a esas vibraciones dándoles una forma, un color y un sentido. Que no nacíamos sabiendo mirar, sino que teníamos que aprender a hacerlo. (Como tenemos que aprender casi todo en esta vida). Y que al parecer la capacidad de ver con los ojos solo puede desarrollarse en una etapa crítica cuando somos muy pequeños, y que ahora que lo pienso es justo en el tiempo en que Alejandro Zambra sostenía en brazos a Silvestre y le mostraba el mundo desde la ventana. 


***

Literatura infantil

 Autor: Alejandro Zambra

Editorial: Anagrama

Primera edición mayo 2023; novena, diciembre 2023

227 páginas.

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