Libre, de Lea Ypi
Carezco de una cierta madurez
intelectual que considero necesaria para justificar mis opiniones sobre los
temas que pueden desprenderse de este libro. Por eso es que me apoyaré en la cita
de extensos párrafos para tratar de mostrar lo que me hace sentido de esta
historia. Comparto con ella, con Lea Ypi, mucha de la visión política y
filosófica que está a la base de este libro y que ella hace explícita en el
epílogo. Mi aporte de este día será un sinfín de preguntas: Primero, si se
puede ser realmente libre en sociedades como las nuestras y en qué consiste esa
libertad. ¿Quiénes pueden ejercer esa libertad? ¿en serio cualquiera? Quienes no
han nacidos en condiciones privilegiadas ¿tienen de verdad la opción de elegir libremente?
Ahora, también me pregunto si es deseable la completa libertad, la libertad radical,
esa que nos permite hacer lo que queramos, cualquier cosa. A partir de la que surge
esta otra pregunta, aunque suene contradictorio, ¿debería tener nuestra libertad
alguna clase de límites?, y si esto fuera afirmativo, y creo que lo es, ¿porqué?
Mi abuela solía tener como aspiración esta frase: “No hagas a los demás lo que
no te gustaría que te hicieran a ti”. Creo que ese es un límite. Y una última
pregunta honesta ¿cuánta libertad necesitamos? Y más importante aún ¿para qué
la necesitamos? ¿para qué queremos nuestra libertad?
Para no quedarme solo en
preguntas elegí un par de fragmentos de este libro, y de algunas entrevistas
que Lea Ypi dio a algunos periódicos, para ilustrar un par de ideas que me
parecen importantes.
Lea Ypi nació en 1979 en la entonces
República Popular Socialista de Albania (luego estudió en Italia e Inglaterra).
Como parte de su experiencia vital, en sus años infantiles creció bajo la mirada
atenta de su familia, todos ellos disidentes del régimen que los gobernaba. Ypi
lo cuenta así en una entrevista que dio al diario El País: “... Son recuerdos
felices. Ya sé que resulta polémico decirlo ahora, pero para una niña, el mundo
era muy diferente a como lo veían los adultos. Si te han criado en un entorno
familiar amoroso, sin traumas ni abusos, un niño no tiene opiniones políticas.
No sufre ningún tipo de censura. ¿Puedo jugar en el patio? ¿Puedo ver a mis
amigos? Eso es la libertad para un niño. Sí recuerdo esos años como años de
escasez. Pero no se me pasaba por la cabeza que no fuera un país políticamente
libre. En términos materiales, sabías que no tenías de todo, y deseabas cosas
que sí había en Occidente, como el chicle, la Coca-cola, los Jeans o
la ropa. Había, sin embargo, un discurso público que justificaba que no
tuviéramos de todo. Y a mí, como niña, me convencía.”
Cuando luego de la muerte de
Enver Hoxha, el país comenzó a desmoronarse, Lea Ypi fue testigo de la transición
política, económica y cultural al liberalismo, un régimen que estaba casi en
las antípodas del que conocía hasta ese momento.
En su plena adolescencia, a la
inestabilidad propia de la edad se sumó esta otra transición a una sociedad
capitalista. "... Me encerraba en mi habitación y me pasaba tardes enteras
comiendo pipas de girasol. ... El tiempo se convirtió en la eterna repetición
de lo mismo. Los clubes a los que solía ir de niña (de poesía, de teatro, de
canto, de matemáticas, de ciencias naturales, de música o de ajedrez)
desaparecieron de repente en diciembre de 1990. En el instituto, las únicas
asignaturas que se tomaban en serio eran las de ciencias exactas: Física, Química
y Matemáticas. Porque en humanidades se habían añadido asignaturas nuevas, como
Economía de Mercado, que sustituyó a la de Materialismo Dialéctico, y en ellas
no teníamos ningún libro de texto que estudiar; ..."
También se abrieron bares y
discotecas, que pertenecían a organizaciones que se dedicaban al tráfico de
emigrantes, tráfico de drogas o a la trata de mujeres. “Tales actividades se
consideraban normales y se hablaba de los que estaban metidos en ellas de la
misma forma que en el pasado se decía que este o aquel trabajaba en una
cooperativa, era empleado en una fábrica, conductor de autobuses o enfermera en
un hospital. A veces se aplicaba etiquetas de distintas épocas a las mismas
personas. "Ese tipo, el que va en el BMW de cristales tintados, ese es el hijo
de Hafize", murmuraban los vecinos mientras tomaban un sorbo de café en el
balcón. "Trabajaba en la fábrica de galletas. Lo despidieron antes de que
la planta cerrara definitivamente y se las arregló para cruzar a Suiza. Ahora
se dedica a los negocios. A la importación y exportación. Cannabis, cocaína,
ese tipo de cosas.”"
Lea Ypi dice que este libro
trata sobre la libertad, a mí me parece que trata sobre las distintas maneras
de mirar el mundo y cómo estas se van imponiendo en las sociedades. Su padre
piensa que los seres humanos son bondadosos por naturaleza, en cambio en la madre
predominaba la visión opuesta, los seres humanos son egoístas por naturaleza.
"Mi padre y Nini (la abuela
paterna) detestaban el dinero; mi madre lo adoraba. Mi padre y Nini respetaban
los antiguos códigos de honor; ella (la madre) se vanagloriaba de ignorarlos...”
“Mi padre mostraba un profundo
interés por la política, incluida la política de lugares remotos; a mi madre
solo le importaba la política si le afectaba a ella directamente."
"El desprecio de mi padre
por el dinero iba más allá de su hostilidad hacia los hábitos frugales de mi
madre. Le hizo desarrollar una actitud hostil hacia el sistema capitalista,
cuyo propósito, según él, era seguir comprando y vendiendo cosas con el solo
beneficio de continuar perpetuándose. Mi madre decía que, si alguien lograba tener
mucho dinero, quizás fuese porque se lo merecía. Mi padre insistía en que no
había forma de que se pudiera ganar dinero sin explotar a otro que se quedara
sin él. Si tenías mucho dinero, también tenías mucho poder y podías influir en
las decisiones importantes, lo que hacía muy difícil que aquellos que no
empezaban contando con la misma cantidad que tú alcanzaran la misma
posición."
"A diferencia del padre, la
madre no creía en la bondad fundamental de las personas. “Por eso estaba
convencida de que el socialismo nunca podría funcionar, ni siquiera en las
mejores circunstancias. Era contrario a la naturaleza humana””.
El papá de Lea dice: "En el
capitalismo no es que a los pobres no se les permita hacer las cosas que pueden
hacer los ricos. Es que no pueden hacerlas, incluso aunque se les permita. Por
ejemplo, se les permite ir de vacaciones, pero necesitan seguir trabajando
porque, si no, no ganan dinero. Y si en el capitalismo no tienes dinero, no
puedes ir de vacaciones."
A pesar de los diferentes
valores que gobiernan las vidas de su padre y de su madre, están de acuerdo en
una cosa: añoran libertad.
Hace unos días, rebuscando en
unos papeles, encontré el texto de una conferencia que dio el filósofo chileno Jorge
Eduardo Rivera llamada Grecia fundante:
El ámbito de la libertad. Y me
atrevo a decir que lo que la familia de Lea Ypi deseaba era Eleuthería. Para los griegos, la Eleuthería era la libertad, entendida como un “ir donde se quiere ir”, la capacidad
para autodeterminarse, para darle forma a la propia existencia. Pero pienso que
para dar vida a este “ir donde se quiere ir” se requieren condiciones materiales
básicas. Porque, por ejemplo, si alguien no tiene una casa donde vivir y
necesita dinero para pagar un arriendo, ¿puede ser libre de elegir lo que
realmente quiere hacer con su vida?, ¿o estará condicionado a encontrar ese trabajo
que le permita resolver sus necesidades más apremiantes? Entonces ¿responde esta
elección a un querer verdadero?
En castellano, la palabra
libertad deriva del latín liber, que quiere decir libre. De liber también deriva el verbo liberar, palabra que en el diccionario cuenta
con varias acepciones. La primera de ellas: hacer que alguien o algo quede
libre de lo que lo sometía. También quiere decir eximir a alguien de una
obligación y, por último, se ocupa en el sentido de despachar. Despachar me
suena a “dejar ir a su propia suerte”. Me pregunto: ¿queremos que nos dejen ir
a nuestra propia suerte cuando tenemos problemas que no podemos solucionar?, por
ejemplo, ¿queremos que nos dejen a nuestra propia suerte cuando estamos
enfermos y no tenemos dinero para afrontar los gastos médicos que una cura supondría?
¿Queremos que nos dejen a nuestra propia suerte si somos viejos y ya no podemos
seguir ganando dinero para nuestros gastos y no contamos con una jubilación que
nos alcance para vivir?
6
Finalmente quiero leer una parte
del epílogo que me parece clarificador del lugar desde donde ella escribe este
libro:
"A mi madre le cuesta
entender por qué enseño marxismo e investigo sobre Marx, por qué escribo
artículos sobre la dictadura del proletariado. A veces lee mis artículos y le
parecen desconcertantes. Ha aprendido a sortear las preguntas incómodas de
nuestros parientes. ¿Creo de verdad que esas ideas son convincentes? ¿O
factibles? ¿Cómo es posible? La mayoría de las veces, mi madre se guarda sus
críticas para sí misma. Solo en una ocasión me comentó que un primo dijo que mi
abuelo no había pasado quince años encerrado en la cárcel para que yo me
marchara de Albania y me dedicase a defender el socialismo. Las dos soltamos
unas risas incómodas y después hicimos una pausa y cambiamos de tema. Aquello
me hizo sentir como si yo fuera cómplice de un asesinato, como si estudiar las ideas
de un sistema que destruyó tantas vidas en mi familia ya bastara para
convertirme en la persona responsable de apretar el gatillo. Yo sabía que eso
era lo que mi madre pensaba en el fondo. Siempre quise explicárselo, pero no
sabía por dónde empezar. Pensaba que aclararlo me iba a llevar un libro entero.
Este es ese libro. Al principio
iba a ser un libro filosófico sobre la superposición de las ideas de libertad
en las tradiciones liberal y socialista. Pero cuando comencé a escribir, igual
que cuando empecé a leer Das
Kapital, las ideas se convirtieron
en personas; en las personas que me hicieron ser quien soy. Se amaban y se
peleaban, tenían diferentes conceptos de sí mismos y de sus obligaciones para
con los demás. Eran, como escribe Marx, el producto de relaciones sociales de
las que no eran responsables, pero, a pesar de ello, intentaron superarlas.
Creyeron que lo habían logrado. No obstante, cuando sus aspiraciones se
hicieron realidad, sus sueños se convirtieron para mí en desencanto. Vivíamos
en el mismo lugar, pero en mundos diferentes. Esos mundos se superpusieron
durante un breve período y, al hacerlo, vimos las cosas con ojos diferentes.
Para mi familia, el socialismo era sinónimo de negación: la negación de lo que
querían ser, de su derecho a cometer errores y a aprender de ellos, de explorar
el mundo a su manera. Para mí, el liberalismo era sinónimo de promesas
incumplidas, de destrucción de la solidaridad, del derecho a heredar
privilegios, de hacer la vista gorda ante la injusticia.
En cierto modo he vuelto al punto de partida. Una vez que has visto cómo cambia un sistema no resulta muy difícil creer que puede volver a hacerlo, Algunos consideran un deber moral combatir el cinismo y la apatía política; para mí es más bien una deuda que siento que tengo con las personas del pasado que lo sacrificaron todo, porque esas personas no eran apáticas, esas personas no eran cínicas, esas personas no creían que las cosas acabarían arreglándose solas con el paso del tiempo. Si yo no hago nada, sus esfuerzos habrán sido en vano, sus vidas no habrán tenido sentido.
Mi mundo está tan lejos de la libertad como aquel del que mis padres intentaron escapar. Ambos distan mucho de ese ideal. Pero sus fracasos adoptaron formas muy diferentes y, si no hacemos un esfuerzo por entenderlos, continuaremos divididos para siempre. He escrito mi historia para explicar, para reconciliar y para continuar la lucha."
***
Libre
Título original: Free. Coming of age at the
end of history
Traducción del inglés: Cecilia Ceriani
Editorial: Anagrama, abril 2023
325 páginas.