Fortuna, de Hernán Díaz
En una sala, una mujer confinada al cuidado de una enfermera escucha las
campanas de una iglesia, re-fa#-mi-la, y luego la respuesta retrógrada, la-mi-fa#-re.
Si yo tuviera buen oído podría
reproducir la altura de esas notas con mi voz, o tan solo, en mi mente, pero no
puedo, no sé reconocerlas. Ella sí, porque tiene esa capacidad excepcional.
También tiene una gran capacidad para las matemáticas, por eso no le cuesta
nada seguir patrones, observar tendencias, prever movimientos. Probablemente
por eso le gusta la música, puede apreciar detalles que a otros pasan
desapercibidos, hay quienes dicen que muchas cualidades de la música están
relacionadas con las matemáticas. Le gusta la música clásica, aunque no esa en
la que puede adivinar los compases que siguen a continuación, sino la otra, la
moderna, la que ella considera impredecible.
Esta mujer vivió en la Nueva York
de las primeras décadas del siglo XX. Poco tiempo después de su matrimonio con
un hombre acaudalado, hizo botar dos paredes de su elegante departamento y
acondicionó en ella una pequeña, pero acogedora sala de conciertos. Al menos
una vez al mes, organizaba encuentros en donde disfrutaba de los sonidos suaves,
punzantes y armónicos de los más diversos instrumentos: violas, violines y
chelos; pianos, oboes y clarinetes. Gracias al lugar y al patrocinio que ella
les brindaba, muchos compositores e intérpretes que en un comienzo eran unos perfectos
desconocidos, pudieron surgir, desplegar sus alas y volar.
¿Pero quién era esta mujer?
¿Era acaso la dulce, sencilla y
hogareña esposa de un magnate financiero?, ¿o era más bien la compleja, astuta
y mundana mecenas de la cultura y las artes? ¿Era una mujer inestable y con problemas
mentales heredados de su padre, o era lúcida y compasiva? ¿Era, tal vez, todas
las anteriores? ¿Y qué si todavía era alguien más, alguien que todavía nadie
conoce?
¿Puede alguien saber quiénes en
realidad somos?
En un comienzo pensé que este libro
era muy cerebral; con esto me quería decir que la novela me invitaba mucho más a
reflexionar que a sentir, pero luego me di cuenta de que sí me generaba
emociones, aunque no de esas agradables que me gustan, sino de las otras, las
que evito cuanto pueda: impotencia, rabia, sensación de injusticia.
Estas sensaciones eran el
resultado de pensar en dos ideas archiconocidas, pero muy interesantes de seguir
explorando. La primera, que las cosas son neutras, (no las acciones, no las
personas, las cosas). Ni buenas ni malas. Por ejemplo, el dinero es neutro. Y,
aquí va la segunda idea, que se desprende directamente de la anterior: el uso
que se hace de ellas, de las cosas, del dinero, es el reflejo de los intereses
de quienes las manipulen. En particular, quienes tienen el poder económico
tienen también el poder de generar y hacer prevalecer los relatos que vayas
acompañados de sus valores y que convengan a sus intereses.
Si uno tiene en cuenta estas
ideas, debería estar prevenido de creer los relatos tal y como nos son presentados.
Tomar distancia, cuestionar, investigar si se puede. Si pensamos en la historia
de la humanidad, ¿cuántos hechos fundamentales no habrán sido ideados, llevados
a cabo o desviados de sus trayectorias por mujeres, y no exclusivamente por hombres,
los que en otros tiempos fueron los únicos con derecho a plasmar sus nombres en
las páginas de la sociedad?
Leer este libro puede convertirse
en un estímulo para reescribir estas historias y La Historia.
Y probablemente se produzca una
paradoja. Tal vez, esta Historia con mayúscula, esta historia grande y
universal que hasta el momento conocemos pueda ser reescrita si nos abocamos al
rescate y la lectura de unos objetos pequeños y personales que registran lo cotidiano
e íntimo: los diarios de vida. Aunque de estos, también deberíamos tomar distancia.
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Fortuna
Titulo original: Trust
Traducción del inglés: Javier Calvo
Editorial: Anagrama
435 páginas.