El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac
Fue en el campo de girasoles donde
la madre le comunicó la noticia de que un cáncer muy agresivo la estaba
devorando. Muchos años después, Aleksy pintó un cuadro inspirado en ese momento,
lo llamó "El secreto de los abortones de flores". Con el tiempo, otras
dos pinturas surgieron de ese último verano en que pasaron juntos: "Ola
con relleno de madre" y "Arcoíris moribundo". Aleksy lo relata
así: "La mañana en que teníamos que volver al pueblo, mi madre se enterró
medio cuerpo entre las conchas y me llamó para que le enterrara la otra mitad,
porque no podía ella sola. Le dije que iba a resfriarse porque se había
levantado viento, la arena estaba húmeda, ella tenía cáncer y rompían unas olas
muy grandes. Pero mi madre insistió. La enterré volcando sobre ella puñados de
conchas pequeñas hasta que en su lugar apareció un cúmulo anacarado, como una
ola petrificada que hablaba y asustaba a las gaviotas. Esta ola con relleno de
madre era increíblemente bonita y emanaba una luz multicolor, como un arcoíris
a punto de morir."
Pienso que estas pinturas se
pueden entender como el sustrato material donde Aleksy alojó el recuerdo de su
madre. Objetos en donde queremos consciente o inconscientemente retener en este
mundo algo de una esencia que se nos va para siempre. Lo mismo que puede ser un
poema, una canción o una escultura. O una bufanda que te regaló o una carta que
alguna vez te escribió. Un ente material que retenga la naturaleza inmaterial
del recuerdo.
Esta novela es la historia de
una relación madre-hijo conflictiva e imperfecta. Aleksy odiaba a su madre desde
que se sintió abandonado cuando ella se aisló por unos meses para
procesar el dolor que sentía luego de la muerte de su otra hija, Mika, la
hermana menor de Aleksy, que en ese momento era una belleza menuda casi tan
pequeña como él. Estas experiencias
traumáticas, estresaron aun más la mente sensible y un poco desequilibrada de
Aleksy, provocándole una escalada de ira y malos pensamientos. Pasaron años de años,
hasta que llegó la adolescencia y encontraron unas pastillas que aliviaron en
algo ese cerebro convulsionado y por primera vez pudo ver lo bueno del mundo. "Sentía
por primera vez asombro, compasión, alborozo..., unos estados de los que no me
sentía capaz y que no me habían servido jamás. Era como si me hubieran brotado,
por fin, los ojos —los
verdaderos, los crueles y desnudos, con las retinas hacia afuera—, que veían más allá de la piel y los
huesos, con más intensidad que los colores y las formas, más allá del cielo y
más profundamente que la tierra. Me parecía extraño que mi puño no se apretara
ya. Me parecía extraño no querer ver ya a mi madre muerta."
También en el campo de girasoles
la madre le dijo a Aleksy que no tuviera miedo, y que quería vivir con él un
último verano. "Aleksy, ¿cómo vas a recordarme? —me preguntó de repente, como un pájaro
recién decapitado que todavía aleteara—. Dime qué es lo que más vas a echar de menos."
Me pregunto cómo recordamos —y cómo recordaremos— a aquellos a quienes amamos cuando ya no
estén en este mundo con nosotros.
El cuerpo de mi padre descansa en el cementerio Metropolitano de Santiago, junto al de mi abuela, un tío y al de mi abuelo, que no es mi abuelo biológico. Una tumba para cuatro muertos. Cuando voy a la playa, como mínimo una vez al mes, tomo la autopista que pasa al lado del cementerio y siempre en este punto pienso en que allá, en una tumba que casi nunca visito, esta el cuerpo de mi padre, o lo que a estas alturas queda de él. Puede ser que la última vez que lo visitara en ese sepulcro fuera hace varios años ya cuando quise mostrarle las Lecturas compartidas. Luego de hablarle un rato y contarle cómo iba mi vida hasta ese momento, al despedirme, dejé el libro encima de la loza que lleva su nombre.
Recién unas semanas antes de
morir, mi padre había tomado conciencia de que su cuerpo fallaba sin posibilidad
de recuperación. Lo había tratado mal casi toda la vida y aún así no se
esperaba el deterioro de su hígado. Estábamos solos, de pronto se acercó a mí y
me abrazó muy fuerte. Él, que no era un hombre cariñoso, que tampoco nunca
mostraba debilidad. Siempre fue un bastión sólido; averiado y defectuoso, pero
sólido. No sé cómo explicarlo. Así que me sorprendí un poco cuando junto al
abrazo me dijo con un tanto de desesperación: "Marianita, me voy a
morir". La fuerza con que me estrechó entre sus brazos, esas palabras
dichas casi al oído y el calor que de él emanaba, todavía los llevo conmigo. Pienso
que nunca compartí con él un último verano rabioso.
A mí me pasa algo similar a lo
que dice Aleksy, pero con mi padre: "Iba a visitar a mi madre al
cementerio una vez a la semana, no a cambiarle las flores o a llorar. Ni
siquiera iba para hablar con ella. Simplemente pasaba por allí como cuando
pasas junto a la casa de un conocido y te preguntas: "Aquí vive Jim,
¿estará en casa?". Mi madre estaba siempre en casa porque su tumba estaba
siempre cubierta de hierbas."
***
El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes
Titulo original: Vara in care mama
a avut achii verzi
Traducción del rumano: Marian Ochoa
de Eribe
Editorial: Impedimenta
Primera edición en Impedimenta: marzo 2019; Decimo cuarta edición: enero 2023
247 páginas.