Stoner, de John Williams

 

En 1910, un joven de diecinueve años, hijo de granjeros, William Stoner, cursa las asignaturas del primer semestre en la facultad de agronomía de una universidad norteamericana. Es un alumno aplicado, trabajador y responsable, al que el estudio no le supone un gran esfuerzo. Salvo el curso obligatorio de literatura inglesa, que requería más que memorizar los versos y ciertamente más que entender cada palabra de la oración. El curso lo impartía con un poco de desdén e indiferencia el profesor Archer Sloane. Un día cuando estudiaban el soneto setenta y tres de Shakespeare, Stoner vive uno de esos escasos momentos en la vida en que nos sentimos como suspendidos en el tiempo, capturados en el más absoluto presente, donde se nos ofrece algo que nos interesa porque intuimos que una parte de nuestro propio ser está ahí, por esto le ponemos toda la atención de la que somos capaces, lo seguimos y nos dejamos llevar por él.  

“¿Qué quiere decir este soneto, señor Stoner?”, preguntó con sequedad el profesor Sloane y continuó: “Es un soneto. [...] una composición poética de catorce versos, que sigue ciertas pautas que estoy seguro habrá usted memorizado. Está escrito en lengua inglesa, la cuál, según creo, llevará usted varios años hablando. Su autor es William Shakespeare, un poeta que está muerto, pero que a pesar de ello ocupa una posición de cierta importancia en las mentes de algunos”. Luego, el profesor Sloane lo recitó con una voz profunda y suave como si cada palabra hubiera nacido desde su interior:

 

"En aquella época del año puedes contemplar en mí,

cuando las hojas amarillas, ninguna ya o algunas, cuelgan

de esas ramas que se agitan frente al frío,

desnudos coros ruinosos en los que tarde cantaban dulces pájaros.

En mí ves el ocaso de aquel día

después de que la puesta de sol se funda en poniente;

por la negra noche arrebatada,

la otra cara de la Muerte, que condena al descanso.

En mí ves el resplandor de aquel fuego,

el que sobre las cenizas de su juventud yace,

como el lecho de muerte en que ha de expirar,

consumido por aquello que le alimentaba.

Esto percibes, lo que hace tu amor más fuerte,

amar bien aquello que debes abandonar pronto."

 

“El señor Shakespeare le habla a través de trescientos años, señor Stoner, ¿le escucha?”, insistió el profesor Sloane.

 

Aquella tarde, Stoner escuchó con atención el soneto y no pudo responder a la pregunta del profesor, sin embargo, supo sin saber que se había enamorado de esa forma de conocimiento que no es explícito y que tampoco se deja apresar tan fácil, un conocimiento que hay que ir descubriéndo lentamente a medida que se vive. Para el siguiente semestre, el joven Stoner, había dejado los cursos de agronomía y había tomado los de filosofía, historia y literatura inglesa. Había hecho una elección sin pensar en el futuro. Había elegido siguiendo a su corazón.

 

Yo misma me quedo un poco suspendida en el poema y, sin darme cuenta, dialogo con algunos versos:

 

"En mí ves el ocaso de aquel día", pronuncio en voz alta.

¿Qué día?, pregunto.

El día en que dulces pájaros cantaban sobre las ramas con hojas amarillas agitadas por el frío, respondo.

"En mí ves el resplandor de aquel fuego".

¿Qué fuego?

El fuego de la juventud acosada por la certeza de la muerte.

“Amar bien aquello que debes abandonar pronto".

¿Qué tengo que amar?

La vida con todas sus abundantes tristezas y sus escasas alegrías.  

 

A medida que Stoner fue creciendo y envejeció, amó la vocación a la que se sintió llamado. Amó también por un breve periodo de tiempo la belleza superficial de una mujer, amó más largamente la belleza escondida del pensamiento. Amó a su única hija. Amó, amó y amó, como pudo. Amó profundamente a otra mujer y renunció a ella. Amó en cada ocasión incluso la falta, el defecto y la debilidad de sus semejantes. Y cuando le llegó el tiempo de morir, recordó el soneto ese de hace cincuenta años que, ahora sabía con certeza, lo exhortaba a vivir y a sentirse vivo.



Stoner

 Autor: John Williams

Titulo original: Stoner

Traducción del inglés: Antonio Díez Fernández

Editorial: Baile del Sol

240 páginas.


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