Sobre los huesos de los muertos de Olga Tokarczuk

 

En Klodzko, un pueblito polaco cercano a la frontera con Chequia, Janina Duszejko, una anciana considerada por algunos un ser extravagante, tiene desplegadas sobre la mesa de su cocina las efemérides del día. Ella confecciona estos mapas astrales e interpreta cómo los comportamientos humanos se ven influenciados por las energías de los planetas. Es una de sus actividades favoritas, junto al cuidado de las siete casas de sus vecinos más cercanos mientras en la época invernal ellos viven en otros sitios, y a las actividades que como profesora realiza junto a los niños del poblado. Cuando era joven fue ingeniera, pero por razones de salud tuvo que dejar de construir puentes y buscar otra actividad para ganarse la vida. Se llama así misma Iradivina, y a uno de sus mejores amigos le llama Pandedios. Le gusta cambiar los impersonales nombres de sus cercanos por otros que reflejen de mejor manera las verdaderas cualidades que poseen. Además de Pandedios, su otro mejor amigo es un antiguo alumno suyo quien ahora trabaja traduciendo la poesía de Blake.

El conflicto de esta historia está centrado en la extraña muerte de varios cazadores. La anciana se empeña en hacernos ver que fueron los propios animales quienes estaban vengándose por la muerte de sus camaradas. La verdad es que no me alegro de la muerte de los cazadores, pero no imagino una manera para poder cambiar la visión que estos hombres tenían de su cruel pasatiempo y poder detener de esta forma la absurda muerte de corzos, jabalíes y perros.

Lo que voy a decir a continuación nace más de mis entrañas que de mi cerebro y, por emocional que sea, no lo desdeño. Reconozco que me faltan largas horas de estudio y reflexión sobre lo que es la justicia para los seres humanos, aún así, valoro enormemente las preguntas que, casi por instinto, la lectura de este libro generó en mí sobre estas cuestiones: ¿qué vale más, la vida de nuestras mascotas o la vida de un cazador prepotente y despótico?, ¿la vida de unos jabalíes salvajes o la vida de unos cazadores bárbaros?, ¿la vida de unos ciervos herbívoros e inocentes o la vida de unos cazadores que matan por crueldad?, ¿por qué en nuestra sociedad la vida de un ser humano vale más que la vida de un animal? No estoy segura de poder dar una respuesta a estas preguntas, a pesar de esto lo voy a intentar: la vida de cualquier ser vivo tiene el mismo valor. Pero entonces otras preguntas siguen surgiendo: ¿cómo nos alimentamos si incluso las plantas tienen vida? O esta otra: ¿De qué forma nos protegemos de bacterias y otros organismos microscópicos que nos colonizan muchas veces hasta matarnos?

 Yo no creo, como los policías y los cazadores, que Iradivina sea una anciana loca, por más que confeccione e interprete cartas astrales y crea en la influencia de los planetas sobre la conducta de las personas, liberándolas, en cierta forma, sobre la responsabilidad de sus actos. Es más, debo reconocer que a veces me gusta leer estos estudios planetarios y sorprenderme cuando me veo reflejada en ellos. Además, es agradable no sentir todo el tiempo el peso de la responsabilidad sobre mi propia conducta, sobre todo cuando puedo atribuírsela a los astros.

¿Será real que las ondas energéticas de los planetas puedan predisponernos?, ¿pueden realmente Venus y Júpiter y la Luna y el Sol influenciarme? ¿de qué forma y con qué intensidad?


Leí este libro mientras estaba de vacaciones en Las Cruces. Fue una buenísima lectura, porque a pesar de lo amargo del móvil principal, Olga Tokarczuk logra llenar la historia de un encanto que me dejó un sabor dulce en la boca, de hecho cuando terminé de leerlo por primera vez, volví a leerlo inmediatamente.   

Hacía muchos años que no sentía unas vacaciones tan extraordinarias a pesar de que casi lo único que hice fue salir a caminar y a mirar puestas de sol. Mi ánimo estaba tranquilo. A veces me sentía un poco triste, pero la mayor parte del tiempo feliz. En la mañana, en la tarde y en la casi noche salía a caminar. Mi paseo más habitual era a un sector que se llama Punta del Lacho, el mismo sitio donde tomé la fotografía del abejorro polinizando las flores del cardo que les envié el día de navidad al WhatsApp.

Para ver la puesta de sol, llegaba un poco antes de que desapareciera totalmente en el mar y bajaba por un sendero hasta una especie de playa rocosa. Me sentaba en la arena cerca de una roca que me hacía de respaldo, envolviendo con los brazos mis piernas flectadas, y miraba cómo el sol se escondía. Cuando la gente asiste a las puestas de sol, por lo general, se va inmediatamente después de que este se esconde, pero me di cuenta de que se pierden lo mejor del espectáculo, porque lo verdaderamente lindo recién comienza una media hora después de que el sol se ha puesto. En ese momento empieza la danza de colores. Por momentos el cielo se teñía de tonos anaranjados, luego de rosados, violetas y morados en toda su amplia gama hasta que ya no había luz que iluminara y se dejaba caer la noche. Asistir a esas puesta de sol todos los días fue una experiencia casi mística. El viento frío me pegaba en la cara y podía respirar ese aire salado cargado del olor de las plantas costeras y de las algas. Estaba sola, pero no me sentía sola. Cómo podía sentirme sola en un momento como ese, cuando la luz se apagaba lentamente y en el cielo rojo púrpura aparecían cerca de la línea del horizonte, justo frente a mí, Venus y Júpiter, con Júpiter arriba de Venus que se ubicaba en diagonal un poco más abajo. Mis pensamientos y los astros me acompañaban como acompañan las lunas de Saturno a Saturno, o como acompañan los planetas al Sol.


Autor: Olga Tokarczuk

Traducción del polaco: Abel Murcia

Editorial: Océano

304 páginas.  

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