Sapolski de Cristian Geisse Navarro, texto leído en el taller el 08 de noviembre de 2022

 

El protagonista de este libro es Pedro Araniva Pavián, un hombre de cuarenta años que atraviesa una crisis existencial, por lo que está replanteándose quién es y quién no es. A veces se siente extraviado. A veces cree ser Robert M. Sapolsky, un científico neurobiólogo y primatólogo que hace clases en la universidad de Standford.  

Llegó a Sapolsky mediado por hechos sucedidos en dos instantes separados en el tiempo. El más reciente, cuando tecleó en un buscador de internet la palabra etología, o comportamiento humano, o “primates lampiños que hablan”, no lo recuerda bien. El más alejado, cuando de niño, en primero básico, se dibujó así mismo como se imaginaba que sería en el futuro: un científico que observaba algo en un microscopio, con delantal blanco, anteojos redondos y el pelo chascón. Entonces al ver los resultados que el buscador de internet le arrojó al teclear esas palabras apareció una fotografía de este científico profesor universitario, y supo que Sapolsky era su doble, su doppelgänger, la imagen que querría le devolviera cualquier espejo. A veces en momentos de desvarío, el pobre Pedro Araniva Pavián se disfraza de Sapolski, con delantal y con anteojos redondos, pero sin cristales. A veces da la impresión de que estuviera loco, pero no está loco, solo confundido, tal vez un tanto desesperado. Creo que aquí su locura no es enfermedad como en la esquizofrenia sino un estado que le permite hacer morir lo que ya no le gusta de él mismo y hacer nacer una nueva persona.  Aquí su locura es la herramienta para encauzar nuevamente el río que es la vida.  

Según el protagonista, Sapolsky quiere que pongamos atención en que somos animales.

“Sí, somos animales”, eso dice Pedro Araniva Pavián que dice Sapolsky, y eso han concluido los muchos científicos que han estudiado la evolución de la vida en la Tierra (esto lo digo yo). Aunque un tipo particular de animales. Somos animales que tienen conciencia de sí mismos y del tiempo, y de los cambios, aunque esta conciencia nos separe de todo lo demás, como una gota de agua del océano que se sabe gota y no mar.

 

Varias cosas me fascinaron de este libro, una de ellas es la libertad de composición. La libertad que el escritor, Cristian Geisse Navarro, se permite para mezclar y unir materiales literarios disímiles como distintos idiomas y como párrafos narrados en la forma tradicional, pero también mezclados en forma de versos, y que el resultado sea perfectamente coherente y lindo, al menos para mí.

Me gustó este párrafo en que el propio Pedro Araniva Pavián nos hace saber quién es y quién no es:

"No soy un filósofo. Tampoco un científico, ya lo dije ya. Mis sesos están moldeados para desarrollar un tipo de pensamiento más caprichoso y arbitrario. Con tonalidades y melodías, con extraños juegos de combinaciones, nunca del todo racionales. Es una especie de pensamiento literario o algo parecido. A veces prefiero el sonido de las palabras a su significado, prefiero que suenen bien a que se ajusten al mundo.”

 

A propósito de la reflexión que la lectura de este libro promueve sobre qué somos y qué no somos, me acordé de una historia que leí hace poco en alguna de estas redes sociales o en otro sitio, pero en internet.

La reflexión es atribuida a la antropóloga norteamericana, Margaret Mead, aunque no pude confirmar su veracidad, la historia está ampliamente difundida hasta en los periódicos. Me digo: qué importa la veracidad de la referencia en este caso, si la imagen que proyecta es tan bonita aunque demasiado romántica, y falsa según algunos que argumentan que en el reino animal otras especies también cuidan a miembros de su propia familia, que no es un comportamiento atribuido exclusivamente a los seres humanos. Para mí la imagen sigue siendo perfectamente adecuada a nosotros, es la siguiente, voy a transcribir los párrafos que aparecen en el diario La Vanguardia:

"Un estudiante preguntó a la antropóloga estadounidense Margaret Mead cuál consideraba ella que fue el primer signo de civilización en la Humanidad. El alumno y sus compañeros esperaban que Mead hablara del anzuelo, la olla de barro o la piedra de moler. Pero no. Ella dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua fue un fémur que alguien se fracturó y luego apareció sanado.

Mead explicó que en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. Pues no puedes procurarte comida o agua ni huir del peligro, así que eres presa fácil de las bestias que rondan por ahí. Y ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo suficiente para que el hueso se suelde por sí sólo. De modo que un fémur quebrado y que se curó evidencia que alguien se quedó con quien se lo rompió, y que le vendó e inmovilizó la fractura. Es decir, que lo cuidó”.

Bien, esa es la historia atribuida a Margaret Mead. Creo que la pregunta por excelencia de la filosofía y de la antropología sigue siendo esta: ¿Qué es el hombre?, las respuestas se siguen explorando, yo por hoy día me voy a quedar con esta aproximación: el ser humano es el animal que hace música, y todo porque mientras escribo estas palabras estoy escuchando de fondo la sinfonía N°3 de Brahms, que es una delicia.   


Sapolsky

Autor: Cristián Geisse Navarro

Editorial: Emecé Cruz del Sur

179 páginas.

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