Safari del escritor chileno Pablo Toro. Este texto fue leído el martes 22 de noviembre de 2022
Cuando yo estaba recién aprendiendo a leer y a escribir en el colegio, una de las lecciones del libro que ocupábamos trataba sobre un dromedario. A mí me costaba mucho decir esa palabra, así que la repetía una y otra vez con cuidado para poder pronunciarla bien. Yo creo que la ponían en los libros a propósito para que uno se riera un poco como lo hace cuando trata de decir un trabalenguas. Desde esos tiempos, y probablemente de tanto trabajar con esa palabra, les tengo un cariño especial a esos animales que no conozco en persona. Al leer el destino que sufre uno de esos ejemplares en la primera parte de este libro me pareció de una violencia innecesaria, pero justificada según lo que el escritor quiere mostrar en esta historia.
Pero ¡ojo!, leer este libro me gustó mucho, porque nos
permite detenernos en varios temas que a mí, en particular, me parecen de la
máxima importancia y que están tratados desde varios puntos de vista. Uno de
ellos es la violencia. Los otros, que también están muy relacionados con esta, son
las dificultades para generar vínculos afectivos, la vergüenza que les genera a
todos los personajes los sentimientos amorosos, y debido a esto, la presencia
mínima o ausencia total del erotismo en las relaciones humanas, y finalmente, las
dificultades del mundo distópico que nos puede tocar vivir.
Del libro solo voy a contar aquí que está dividida
en tres partes, cada una de ellas representa un tiempo y un lugar en la vida de
Villanueva y de Gutiérrez, como si fuera un presente, un pasado y un futuro, donde
el futuro es claramente el mundo distópico.
La violencia está presente de varias formas en este
libro. Una de ellas es en la guerra, la que propicia estados mentales dolorosos
en quienes participan al necesitan que las personas odien a otros para poder
combatirlos, eliminarlos y vencerlos. Otra de las formas, es la violencia como
una forma de entretenimiento.
Para aliviar el dolor psíquico que causa la guerra o
los dolores propios de la vida, los personajes se drogan, lo que logra aliviar momentáneamente
el sufrimiento, pero también los adormece. Los personajes consumen drogas en
todo momento para moderar las emociones e impedir sentimientos duraderos.
En este Safari, los personajes evitan las emociones
positivas como el amor y la compasión porque ellas degradan a quienes las
sienten. Los personajes se avergüenzan de sentirlas porque para ellos los
afectos son patéticos. Lo que se valora es la violencia no el cariño, la
distancia no la cercanía, la frialdad no la calidez. En el mundo distópico de
este Safari las emociones positivas son de mal gusto.
Para finalizar este comentario, pienso que nada
mejor para combatir la violencia que la poesía, así que en un acto de
resistencia voy a incluir aquí dos poemas de los que me acordé con la historia
del dromedario.
Algún adulto aquí presente me podrá alegar que no
somos niños para leer o escuchar poesía infantil en estos momentos, y yo le
contestaré que no son para el adulto que usted, señor o señora es en estos momentos, sino para el niño o niña que
lleva dentro. Son de García Lorca, aquí va el primero:
El lagarto está llorando
La lagarta está llorando
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer
su anillo de desposados.
¡Ay su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!
Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.
¡El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso!
¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay cómo lloran y lloran!
¡Ay cómo están llorando!
Mientras hurgueteaba en los libros buscando este
poema, encontré este otro, el que también voy a incluir aquí porque mientras
más poesía mejor, (todo sea para derrotar al mundo distópico que nos amenaza), dice así:
Por las ramas del laurel
van dos palomas oscuras.
La una era el sol,
la otra era la luna.
Vecinitas, les dije,
¿dónde está mi sepultura?
En mi cola, dijo el sol.
En mi garganta, dijo la luna.
Yo que estaba caminando
con la tierra a la cintura
vi dos águilas de mármol
y una muchacha desnuda.
La una era la otra
y la muchacha era ninguna.
Aguilita, les dije,
¿dónde está mi sepultura?
En mi cola, dijo el sol.
En mi garganta, dijo la luna.
Por las ramas del cerezo
vi dos palomas desnudas,
la una era la otra
y las dos eran ninguna.
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Nota:
Los poemas fueron extraídos de una antología distribuida en Chile bajo el nombre de:
Colección Cuento Contigo: cuentos, relatos y poemas. 2004. Centro de Estudios Públicos. Vol.1 A partir de 6 años.
En esta colección el segundo poema presenta una variación con respecto al original de Federico García Lorca.
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Safari
Autor: Pablo Toro
Editorial: Montacerdos
298 páginas.