La mujer helada de Annie Ernaux, texto leído el 11 de octubre de 2022

Una mujer, de la que no conocemos el nombre, narra el decrecimiento de su energía vital desde cuando siendo una niña, cultiva una confianza desbordante en lo que la vida tiene para entregarle, hasta cuando siendo una mujer casada, de unos treinta años, ha sido consumida por las labores asignadas a su género.

Hija, sobrina y nieta de mujeres empoderadas, de niña fue inquieta y curiosa. En la casa, gracias a sus padres, creció ajena a los roles sociales convencionales, aunque igual podía verse expuesta a ellos en las casas de sus amigas. Su madre había sido el apoyo sólido sobre el que crecer, gracias a ella sabía que el mundo estaba hecho para sumergirse en él y disfrutarlo, sabía que nada podía impedírselo.

Pero los estereotipos sociales van moldeando poco a poco su naturaleza (me gustaría escribir “corrompiendo” poco a poco su naturaleza).

Cuando llegó a la adolescencia trató de rebelarse a esos moldes de lo femenino, pero ellos la atacaban de forma subliminal. Al ir creciendo, cada día escuchaba frases que iban minando las ansias de libertad y de goce absoluto: “Libertad, cosa de zorras”, “a las que se dejan no se las respeta”. Nuestra heroína se preocupaba y pensaba: “¿no seré yo un poco puta”. Cada placer llevaba el nombre de la derrota para ella y de victoria para él.

Entonces la etapa de la ensoñación comienza a llegar a su fin. Quedarse para vestir santos tampoco es deseable socialmente. Ve ejemplos de mujeres casadas por todas partes, incluso su profesora de filosofía lo está, no debe ser tan malo.

Cuando se casó todavía tenía planes para su futuro.

Fue aquí, en el hogar, con su hombre convertido en marido y con un hijo que cuidar, que comenzó a padecer las verdaderas diferencias entre un hombre y una mujer (y no estamos hablando de las diferencias biológicas). Poco a poco, sin darse cuenta, va tomando las opciones que dicta la corrección social. Y su marido también, porque él tampoco logra zafarse de las ideas que le corresponden a su género. Él tampoco querría la desaparición de la mujer de la que se enamoró, no querría que se convirtiera en la señora del cochecito, necesita creer que ella es tan libre como él. No soportaría la brutal imagen de la dueña de casa desgastada por las labores domésticas. 

 

En fin, página tras página, la escritora va deslizando con una agudeza que deslumbra, esas pequeñas diferencias de trato entre un hombre y una mujer que juntas van creando el monstruo discriminador que era la sociedad hace cuarenta años cuando Annie Ernaux publicó este libro, y que lamentablemente, con distintos grados, lo sigue siendo aquí y en muchos otros  lugares del mundo.

 

Cuando estaba armando este texto, eligiendo los puntos que podría enfatizar y tratando de entender de qué dimensiones es la tarea que este libro pone de relieve, se me vino a la mente la imagen de un iceberg. No sé si el título, La mujer helada, habrá tenido algo que ver con el frío témpano que se me apareció, me parece que no, que la coincidencia la capté después. La cosa es que la imagen del iceberg provenía de un video que me puse a ver durante la pandemia, que formaba parte de un seminario sobre historia mexicana, el video en específico abordaba la historia de las mentalidades. Yo no soy historiadora, pero la historia me ha interesado siempre mucho por eso a veces me entretengo buscando y mirando esta clase de videos. Bueno, según explicaba el conferencista, la mole de hielo de la que hablo era una metáfora metodológica propuesta por Fernand Braudel para estudiar el pasado humano. Según el historiador francés, la historia podría pensarse y podría estudiarse en tres niveles según la velocidad en la que se desarrollan los cambios, mientras más rápidos los cambios, más superficiales. Mientras más lentos, más profundas las estructuras, más difíciles de cambiar.  

En la punta del iceberg, sobre la superficie, estarían ubicados los acontecimientos más inmediatos y que cambian rápidamente. Se podrían incluir aquí los hechos que cualquier persona experimenta o podría experimentar en una vida o menos, por ejemplo, la coyuntura política y los planes económicos. En la parte media del iceberg, los hechos humanos que cambian lentamente, lo que podrían experimentar varias generaciones, por ejemplo, en la parte económica: qué productos una sociedad es capaz de producir y con qué técnicas, la movilidad de las clases sociales, las ideas, algunas costumbres. A este nivel se podrían estudiar el movimiento de grupos humanos particulares como la historia de las mujeres, de los niños, los terratenientes, la burguesía. Y, en la base del iceberg, estaría lo que casi no cambia, como el espacio donde se desarrolla la vida humana, que es condición y posibilidad de lo que se puede o no hacer: la cordillera, el mar, los lagos, los ríos, las llanuras, las tierras de cultivo, las zonas desérticas. En este nivel también estarían las creencias en las que se asienta la vida de muchísimas generaciones y los límites del alma humana.   


Me parece que la historia de esta mujer, helada, congelada, que ha ido adquiriendo la temperatura de un hielo debido a la impotencia de la que no puede escapar, es un hecho vivido por múltiples generaciones y que los historiadores podrían estudiarla junto a los movimientos de la parte media del iceberg. Por suerte, no está ubicado en la base junto a las estructuras que cambian a la velocidad en que lo hace una montaña.

 

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La mujer helada

Autor: Annie Ernaux

Titulo original: La femme gellée

Traducción: Lydia Vázquez Jiménez

Editorial: Cabaret Voltaire

230 páginas.

 


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