El huerto de Emerson del escritor español Luis Landeros, texto leído el martes 9 de agosto de 2022
No sé si alguien más estará de acuerdo conmigo en que el título de este libro, "El huerto de Emerson", es muy sugerente, y por cierto muy bonito.
Creo
que ambas palabras se potencian positivamente, huerto y Emerson.
Mi
abuela paterna tenía un pequeño huerto en el patio de su casa. La recuerdo con
un delantal blanco, corto, amarrado a la cintura sobre otro delantal celeste, que
ella llamaba pintora, agachada recogiendo las hojas de perejil que crecían
entremezcladas con choclos y tomates, las que luego ponía en las sopas que cocinaba
para su hijo regalón, mi padre, cuando íbamos a visitarla.
Los
huertos se relacionan con lo más esencial de los seres humanos, el alimento de
nuestros cuerpos.
En
la mañana, busqué en internet alguna versión gratuita de algún libro de Emerson
y, por instinto o casualidad, bajé uno que se llama “Confianza en uno mismo”. No
sé si habrá sido este el que leyó Luis Landeros en su juventud, pero ya en los
primeros párrafos se esboza el espíritu que tan bien supo recoger.
Si las verduras que crecían en el huerto de mi abuela alimentaban el cuerpo de cada miembro de su familia, "El huerto de Emerson" podría haber alimentado sus almas. Hay personas que se espantan ante la palabra alma, para mí es —sin pretender reducir su esencia—, entre otras cosas, los pensamientos que invaden nuestras cabezas, las emociones que marcan el ritmo de nuestros corazones y esa energía indefinible que nos habita y nos hace seres vivos y no inertes.
Ahora, volviendo a "El huerto de Emerson", pienso que los ensayos contenidos aquí están teñidos con dos temas principales: sus recuerdos de niñez y juventud y la pasión por las palabras escritas.
No puedo expresar con mis propias palabras lo que Landeros escribe en cada uno de sus ensayos, porque al intentar parafrasear las ideas contenidas aquí, siento que injustamente las deformo, les quito belleza. Hay que leerlo.
Me parece que el ensayo titulado "El viento en la vela" es un elogio a la paciencia, la calma y a la no desesperación. Aquí se nos cuenta la vez en que pasaba por una mala racha, no tenía proyectos ni era capaz de escribir ni una sola línea. Había ido a visitar la tumba de sus padres, pero no se acordaba del camino. Mientras estaba sentado sobre una tumba ajena, reflexionó sobre lo que le estaba pasando, se dio ánimos él mismo, pensó en lo que decía Emerson, que no había que codiciar los frutos ajenos sino trabajar en el propio huerto sin angustia ni prisa, sobre todo sin prisa.
Entonces sucedió, nunca podemos saber qué palabra se nos quedará enganchada en algún recuerdo. Esa idea, la de trabajar sin angustia ni prisas me hizo recordar vívidamente a ese hombre que fue mi padre, un hombre que hablaba poco, y que en las palabras, cuando las pronunciaba, era duro y certero como una flecha clavada al corazón. Una vez, en un tiempo cuando yo era una adolescente que vivía afligida y ansiosa porque no encontraba su lugar en el mundo y sentía que no iba hacia ningún lado, él, que casi siempre andaba ensimismado y silencioso, mascullando para sí los problemas, se acercó a mí y me dijo —sin que yo le haya manifestado un estado emocional que ni yo misma entendía—: “No temas ir despacio, hija, solo teme no avanzar”. Entonces esa frase sacada de los dichos populares, tan conocida por todo el mundo, tan corriente, tuvo para mí el carácter de la novedad, el brillo de la luz y el calor de un abrazo. En ese momento era todo lo que necesita escuchar para que mi vida se relajara y pudiera buscar sin apuro lo que la vida tenía para ofrecerme.
Tengo un cuaderno nuevo y no sé en qué gastarlo, esta es la frase que da inicio al libro. Me gusta. ¡Me encanta! Luis Landeros tiene un cuaderno nuevo y no sabe en qué gastarlo, pero desde ahora, yo tengo un libro para mi velador y sí sé cuando leerlo.